jueves, 28 de diciembre de 2017

El tren de las Merindades suena aún

Todos los días nos levantábamos con el silbido del tren. Bueno, todos los que debíamos ir a clase. A regañadientes nos vestíamos y desayunábamos para llegar al colegio antes de que Benjamín, que así se llamaba el portero, anunciara el comienzo de las clases. El único consuelo de ese martirio con unas mañanas heladoras era el pensar que los sábados y domingos nadie nos sacaría de nuestras sábanas calentitas. Nadie. El fin de semana nadie escucharía el aviso de la estación para todo aquél que necesitara los servicios del único viaje por tren que se ofrecía en el día. 

Pocas eran los que tomaban el camino de la estación para poder llegar a Burgos a través de un recorrido mucho más largo en tiempo y distancia que el que ofrecía la línea regular del autobús. De ahí que casi se nadie molestaba en la invitación del lento trajín que una máquina pesada guiaba desde el sinclinal de las Merindades a unos pocos vagones con poco mercancía y algún que otro romántico de los viajes sin prisas para recrearse con el paisaje y con el traqueteo del camino de hierro para adentrarse luego en el desfiladero de la Horadada y ascender así hasta la Bureba, antesala de la capital de Castilla.


La Horadada


Pasado el mediodía, nosotros nos acercábamos a nuestras casas para comer y regresar de nuevo al colegio, en comunión con los alumnos que venían desde los pueblos de la comarca, madrugando mucho más aún que los de Villarcayo, y que comían en el mismo comedor del colegio. 
Anochecido ya, pues las tardes invernales aquí son prácticamente inexistentes, se volvía a escuchar a lo lejos el anuncio de un tren fatigado que llegaba, por fin, de nuevo, a la estación donde una vez más permanecería hasta el día siguiente soportando el brillo de las estrellas en total oscuridad y soledad. Así, hasta el día siguiente.


Viaja sin marcarte metas

Muchas eran las veces que nosotros intentábamos llegar antes de que el jefe de estación cerrara las barreras del paso a nivel en la carretera que conducía hacia Burgos para situarnos frente  a las vías y poder medir la distancia con aquella mole monstruosa pero no menos hipnótica verde y líneas amarillas que simulaban la velocidad de los rayos. 
El suelo crujía a nuestros pies y las voces expertas y precavidas del dueño de la bandera del andén nos obligaba a que nos retiráramos de un peligro que, con la edad, nosotros no éramos capaces de percibir…


Los sueños son infinitos











jueves, 21 de diciembre de 2017

El día más corto del año.

Vivelasmerindades en el día más corto del año. No por una rebaja del tiempo, sino porque el Sol toma su arco de luz en su posición más inclinada al sur, siendo la más breve de todos los días de las cuatro estaciones en el hemisferio Norte.

Areola tímida que, perezosa, te dejas entrever a través de la neblina gélida y matinal.
Las colinas de Rosales están confundidas por tu silenciosa huida en busca del Humión.
Tiempo ha que en Losa se jactaban de tenerte antes que nadie.
Sin desearlo, sin poder evitarlo, huíste lenta pero imparablemente en busca de la Toba.
Desde Castilla la Vieja íbamos atestiguando que el otoño secunda al estío, que el invierno se presenta cuando decides retornar, cual Sísifo, de nuevo al Septentrión.

Mientras tanto, el agua se paraliza, el verde palidece.
Hasta entonces, contamos tus pasos como aquél que cuenta los latidos de su vida.
Pues la vida danza al compás de tu brillo.
Tu esplendor traspasa nuestras almas.
Tu calor regala alegría.
Tu existencia es sentido para la vida.

Pacientes, en silencio, sabemos que los días vienen y volverán.
Con calma y profunda mirada, sentimos que nosotros somos y sabemos que dejaremos de estar.

¡El invierno está aquí!
¡A disfrutarlo!
¡A vivirlo!



Tímido en invierno



Camino a las alturas para saludarte


domingo, 17 de diciembre de 2017

De la tierra al cielo

Vivelasmerindades cuando llueve. Por fin llueve. Es tiempo, por lo tanto, de cavar la tierra.

Honda y profunda, espera pacientemente a que se la voltee, a que se la extraiga para dispersar a los cuatro vientos todo su aroma húmedo y mineral, toda su energía.

Huele a tierra, huele a vida. El invierno se vestirá con el blanco de la nieve y con los espejos de las charcas heladas toda su fuerza y crudeza.


Luz y tierra 


A lo lejos, una luz intermitente atestigua la mano del hombre en su despertar. Va y viene, sin prisas, en silencio, destapando de la oscuridad en cada surco el lecho en el que yacerá la semilla aguardando la templanza de la primavera para brotar de sus entrañas.

El hombre va y viene 

El gallego, aquí denominado regañón, nos acerca el aire frío y cargado de humedad venido del Cantábrico transportando, como por arte de magia, a las becadas o sordas para que hurguen con sus finos picos en la misma esencia terrenal, filtrando sus sales y algún que otro secreto de la historia de la cuna de Castilla.

Mientras, las cimas más altas se esconden entre nubes grisáceas que rocían de vida al brezo que allí habita.
Esperan, muchos días en vano, a que el sol las deshaga para saludar a los intrépidos excursionistas que las conquistan.
Bandadas de gansos venidos del Norte en marcial formación de V hace ya que grabaron en las alturas sus graznidos. Ahora, en tiempo del Adviento, estarán a buen seguro en las dehesas extremeñas y humedales de nuestro Sur.

Nosotros seguiremos midiendo el ángulo que forma el arco solar desde que despunta por Medina hasta que se acuesta, casi sin avisar, por los montes de Villalaín-Cigüenza. Eterna lucha entre luz y oscuridad por ostentar el dominio en los valles vestidos por el ocre de nuestra tierra adormilada.

El solsticio de invierno se aproxima y las sombras más largas del año se pierden en el horizonte.

De ahí en adelante, contaremos el paso de una gallina cada tarde para sentir que resta menos para que todo se torne verde, todo fértil. Todo vida.

Para sentir que, desde las Merindades, el cielo se toca.

¡Feliz Navidad!

Sin distancias con el azul



domingo, 3 de diciembre de 2017

Cuento de Invierno

Vivelasmerindades recreando una leyenda del Norte, ahora que el invierno se deja sentir.

El Tomten es un cuento sueco que trata sobre las noches oscuras y cerradas.

Allí, donde el silencio reina en medio del bosque. Allí, donde los más intrépidos llegaron; allí, donde el Sol quiso rozar el hielo eterno.
Esas noches donde brillan las estrellas en el cielo y la nieve lo cubre todo. 
Esas noches en las que la gente se guarece en sus casitas, se abriga y enciende la chimenea.
Esas noches en las que todos duermen. Todos menos uno...

Todos duermen. Todos sueñan.


El Tomten está en vela. Vive en un rincón de nuestro hogar y sale por la noche, cuando todos los seres humanos duermen. Es un Tomten viejo, viejísimo, que ha visto la nieve centenares de inviernos.
Nadie sabe cuándo llegó a nuestro lado. Nadie le ha visto nunca, pero sabemos que allí está. Algunas veces, cuando nos despertamos, vemos las huellas de sus pasos en la nieve. Pero nadie ha visto al Tomten. 

Centenares de inviernos ha visto el Tomten

A la luz de la luna el Tomten se desliza con pasitos sigilosos. Se asoma al establo y a la cuadra, al granero y al cobertizo. Circula dejando rastros en la nieve.

El Tomten va primero al establo. Las vacas sueñan que el verano ha llegado y están pastando en los prados. 
El Tomten les habla en la lengua de los tomten; un silencioso lenguaje que las vacas pueden comprender.

Van y vienen los inviernos,
vienen y van los veranos.
¡Pronto en la vega pastarán!


La luna brilla dentro de la cuadra. Allí está el hispano-bretón, un caballo dócil y fiel. Tal vez recuerda un campo de tréboles donde trotó el verano pasado. 
El Tomten le habla en la lengua de los tomten; un silencioso lenguaje que el caballo pueden comprender.

Van y vienen los inviernos,
vienen y van los veranos.
¡Entre los tréboles pronto estarás!


Todos los corderos y los borregos duermen profundamente, pero cuando el Tomten los atisba desde la puerta balan con suavidad. 
Les habla en la lengua de los tomten; un silencioso lenguaje que los corderos pueden comprender.

Mis borregos, mis corderos,
fría es la noche pero cálida la lana
y hay hojas de álamo para comer.

Roble centenario


El techo de la perrera está blanco de nieve; dentro se halla Caro.
Todas las noches espera a que llegue el Tomten. el Tomten es su amigo y le habla en la lengua de los tomten; un silencioso lenguaje que un perro puede comprender.

Caro, mi amigo, ¿hace frío esta noche? ¿Tienes frío en tu casita?
Te traeré más paja y podrás dormir.

Ningún ruido hay en la casa donde vive la gente. Todos duermen en la noche invernal, sin saber que el Tomten está allí.

Van y vienen los inviernos,
he visto a los hombres grandes y pequeños, 
pero ellos jamás me verán,
piensa el Tomten.

Entra de puntillas al cuarto de los niños y por un largo rato los contempla dormir.

"Si acaso despertaran, podría hablar con ellos en la lengua de los tomten;
un silencioso lenguaje que los niños pueden comprender.
Pero de noche, los niños duermen."

Así pues, se marcha el Tomten con sus callados pasitos. Por la mañana, los niños encuentran su rastro: una hilera de huellas diminutas en la nieve.


Sueños dorados en la noche


Entonces el Tomten regresa a su cómodo rinconcito en el hogar. Allí, el gato lo espera porque quiere leche. 
 El Tomten le habla en la lengua de los tomten; un silencioso lenguaje que el gato puede comprender.

"Claro que puedes quedarte conmigo, y por supuesto que leche te daré"

dice el Tomten.

El invierno es largo, oscuro y frío, y a veces el Tomten sueña con el verano.

Van y vienen los inviernos,
vienen y van los veranos.
¡Las golondrinas pronto vendrán!,
piensa el Tomten.

Pero el invierno amontona la nieve, hace brillar las estrellas del cielo y hace que el frío reine en la noche. La gente se guarece en sus casitas y atiza el fuego de la chimenea.

Luego, todos duermen. todos menos uno...


Feliz invierno.

...Todos menos uno