martes, 21 de noviembre de 2017

Leyendas de las Merindades. Cap.2

Cap.2

...
Durante varias noches la calma fue la nota dominante en esas casas. Silencio, puertas cerradas, quietud. Tan solo se atestiguaba la existencia de vida en ellas por el humo en sus chimeneas. 
Pasados unos días, con el ganado sin poder salir debido a las primeras nieves caídas en el valle, la normalidad parecía haber vuelto a la vida de todos los vecinos. Pero eso sólo era apariencia. 

La Estrella de Oriente tomaba protagonismo en las lecturas Sagradas, las dádivas se hacían presentes al calor de los que creían y practicaban lo que en ellas se decía.

Todos se habían acostado pronto, según mandaba la tradición, para dejar hacer a los Reyes Magos. La noche sería tan larga y oscura como esperanzadora. Fue entonces cuando ocurrió.

Los aperos que descansaban en el patio que antecedía a la casa a la espera del cambio de estación cobraron vida como por arte de magia. Los animales, de nuevo, volvieron a inquietarse; los farolillos que circundaban la casa perdieron sus llamas, la fría corriente de aire burlaba los cerramientos para silbar de manera furibunda entre los cortinajes de las habitaciones.

Nada se asemejaba a lo que se soñaba en la noche con más ilusión y magia del año. 
Sus inquilinos se sobresaltaron, saltando como resortes de sus camas. Coincidieron todos en la cocina, frente a la chimenea, en silencio y mirándose entre ellos intentando encontrar respuestas ante el caos que se estaba produciendo en su casa. 
La casa, el hogar, significaba el símbolo de unión de una familia. Todos sus integrantes la respetaban y cuidaban y ninguno estaba dispuesto a que nadie la profanara. Y esto parecía ocurrir ahora.

Armados de valor y, decididos todos ellos, descendieron al patio para enfrentarse a lo desconocido. Varas de avellano, cuchillos y escobas de brezo batieron el hielo que cubría el solar. 
Tan coordinados trabajaban en la búsqueda del mal que les amenazaba, que pudieron arrinconarlo. Ahí estaba, sin escapatoria, con una mirada venenosa que retaba a la valentía de los dueños de la propiedad. 
Sin miramientos, el aire silbó, silbó de manera incesante e intensa. 
Maullidos, arañazos y gritos rompieron los miedos y se proyectaron hacia una única dirección. 
La altura del muro pudo, por fin, ser franqueado por la víctima de tales azotes. Así evitó una muerte segura, pues la contundencia de la familia no tenía medida alguna, pues habían decidido extirpar todo mal presentado en su parcela.

La luna ya había cambiado de cuarto cuando se comenzó a ver a la bruja de nuevo por las calles del pueblo. Pero sus pasos no tenían ese ritmo nervioso y ligero con que se la identificaba. 
Además, un palo oscuro y retorcido de madroño servía de apoyo para poder avanzar. Su aspecto era aún más siniestro de lo acostumbrado, y la curva de su espalda retaba a la misma gravedad.

Nadie se explicaba la nueva situación a la que la siniestra anciana había llegado. Nadie la preguntaba, nadie se atrevía. Ella, con nadie conversaba. 
Un misterio que nadie encontraba explicación alguna. 
¿Nadie? 


Montaña burgalesa


El Ventanón

El Ventanón

Puente nuevo en los Hocinos

Los Hocinos


De Cidad a Tudanca

Los Tornos









domingo, 19 de noviembre de 2017

Leyendas de las Merindades. Cap 1

VivirlasMerindades contando historias de esta tierra. 
Nos enseñan a respetar a todos los que la vida viven, en la Comarca o venidos de otros lugares.

Una de ellas, recitada de generación en generación, trata de una mujer huraña que habitaba una casa de la Merindad de Sotoscueva. Con nadie se hablaba y a todos odiaba. 

Tuvo lugar, en una ocasión, el encuentro de la mencionada con una nueva vecina a la que deseaba intimidar, pues su naturaleza le impedía ser sociable con todo ser de su especie. 

Bichos traídos en jaulas y grilleras a su lar desde la gran cueva que albergaba al concejo de la Merindad le acompañaban en su devenir diario y que le reportaban los ingresos necesarios para subsistir en el duro invierno entre duras heladas y nevadas, a la espera de S. José, fecha ansiada para dar por terminada la triste y oscura estación. 

Escarabajos, tritones, sanguijuelas y algún que otro lagarto se removían junto a la chimenea que todos los días humeaba y que calentaba un caldero negro y requemado, colgado de una cadena herrumbrosa e infinita, que parecía estar colocada por el mismísimo Tenebroso.

Esa vecina, llegada de otro valle cercano, tenía marido hacendoso y zagales aplicados. Sus sanas costumbres sacaban de quicio a la bruja, que así por muchos la tenían, y que le provocaban cometer actos que no se recogían en ningún ordenamiento cristiano.

Todos sospechaban, aun sin pruebas directas, que las noches se tornaban en aliadas de sus acciones. Ruidos y movimientos fuera de lo común se registraban en torno a su casa. Nadie del pueblo osaba siquiera asomarse a sus alrededores. 

Mil veces había maldecido a todo aquél que lo hiciera. Mas esa nueva mujer, recién llegada, nunca había hecho caso de dimes y diretes. Ya en su anterior hogar había comprobado que los chismes ocasionaban malentendidos e interpretaciones erróneas e injustas.

Ninguna amenaza suponía, por lo tanto, para ella la mala reputación de la maldecida.
La aurora anunciaba el comienzo de sus actividades, y con total normalidad arreaba el ganado a las brañas para, en el ocaso, retornarlo y resguardarlo para ordeñarlo dentro de la cuadra que en los bajos de la casona se encontraban. 
Así un día y otro día. Las noches servían para el descanso y el relato de historias que pudieran servir a los más pequeños para encarar el futuro con garantías.

Así hasta que, en vísperas de la Natividad, comenzaron a escucharse ruidos extraños en el portal de la casa. Ahí, donde las gallinas se removían cuando algo fuera de lo común sucedía. 

Al cabo de varias noches, por fin osó la vecina indagar esos extraños soniquetes. 
Acompañada de un candil y en camisón, se acercó a la entrada de la casa, tras cerciorarse de que en la cuadra, en el pajar y junto al gallinero todo estaba en orden. 
Justo cuando se disponía a retornar a su habitación, pudo sentir el movimiento entre las tejas del patio de una sombra negra. La luna llena pudo delatar esa figura siniestra que se escurría con sigilo al detectar la tenue luz oleosa que portaba la dueña. 
Sin mencionar a nadie lo sucedido, la lechera dispuso una guardia silenciosa con una hoz en mano, totalmente a oscuras, al calor del perenne rumiar del ganado, recostada entre la paja.

Llegada la Nochebuena, todas las casas del pueblo celebraban la venida de Jesús. En todas las cocinas se cantaban buenas nuevas. En todas excepto en dos de ellas. 
La casa de la maldecida y la de la nueva inquilina se encontraban en completo silencio y a oscuras. La noche más larga y fría parecía haber asaltado y vencido esos lugares.

Poniente calizo

Cuidado con el lobo

 Testigos maldecidos

Fantasía paisajística


Q. Valdebodres





peña Horrero





pilón peña Horrero



Agua es vida



Arquitectura rural de las Merindades

Crucero en el Almiñé. J. Arce