Cap.2
...
Durante varias noches la calma fue la nota dominante en esas casas. Silencio, puertas cerradas, quietud. Tan solo se atestiguaba la existencia de vida en ellas por el humo en sus chimeneas.
Pasados unos días, con el ganado sin poder salir debido a las primeras nieves caídas en el valle, la normalidad parecía haber vuelto a la vida de todos los vecinos. Pero eso sólo era apariencia.
La Estrella de Oriente tomaba protagonismo en las lecturas Sagradas, las dádivas se hacían presentes al calor de los que creían y practicaban lo que en ellas se decía.
Todos se habían acostado pronto, según mandaba la tradición, para dejar hacer a los Reyes Magos. La noche sería tan larga y oscura como esperanzadora. Fue entonces cuando ocurrió.
Los aperos que descansaban en el patio que antecedía a la casa a la espera del cambio de estación cobraron vida como por arte de magia. Los animales, de nuevo, volvieron a inquietarse; los farolillos que circundaban la casa perdieron sus llamas, la fría corriente de aire burlaba los cerramientos para silbar de manera furibunda entre los cortinajes de las habitaciones.
Nada se asemejaba a lo que se soñaba en la noche con más ilusión y magia del año.
Sus inquilinos se sobresaltaron, saltando como resortes de sus camas. Coincidieron todos en la cocina, frente a la chimenea, en silencio y mirándose entre ellos intentando encontrar respuestas ante el caos que se estaba produciendo en su casa.
La casa, el hogar, significaba el símbolo de unión de una familia. Todos sus integrantes la respetaban y cuidaban y ninguno estaba dispuesto a que nadie la profanara. Y esto parecía ocurrir ahora.
Armados de valor y, decididos todos ellos, descendieron al patio para enfrentarse a lo desconocido. Varas de avellano, cuchillos y escobas de brezo batieron el hielo que cubría el solar.
Tan coordinados trabajaban en la búsqueda del mal que les amenazaba, que pudieron arrinconarlo. Ahí estaba, sin escapatoria, con una mirada venenosa que retaba a la valentía de los dueños de la propiedad.
Sin miramientos, el aire silbó, silbó de manera incesante e intensa.
Maullidos, arañazos y gritos rompieron los miedos y se proyectaron hacia una única dirección.
La altura del muro pudo, por fin, ser franqueado por la víctima de tales azotes. Así evitó una muerte segura, pues la contundencia de la familia no tenía medida alguna, pues habían decidido extirpar todo mal presentado en su parcela.
La luna ya había cambiado de cuarto cuando se comenzó a ver a la bruja de nuevo por las calles del pueblo. Pero sus pasos no tenían ese ritmo nervioso y ligero con que se la identificaba.
Además, un palo oscuro y retorcido de madroño servía de apoyo para poder avanzar. Su aspecto era aún más siniestro de lo acostumbrado, y la curva de su espalda retaba a la misma gravedad.
Nadie se explicaba la nueva situación a la que la siniestra anciana había llegado. Nadie la preguntaba, nadie se atrevía. Ella, con nadie conversaba.
Un misterio que nadie encontraba explicación alguna.
¿Nadie?
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